
Venía con el alma, y no la piel, de gallina.
Yo traía nueve centímetros y medio de taco, por lo que mi paso no era lento, era chueco.
Sonrió por lo bajo con sus labios finitos y los ojos húmedos. Me abrazó.
Silencio...
Me abalancé como un tropiezo y quise que me dejara verlo de verdad.
- ¿Miedo a la muerte? Pregunte.
- No. Respeto.
- ¿La simpleza del temor?
- El temor al desenlace...
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